miércoles, 15 de octubre de 2008

Tarde Damasca


El damasco de la tarde ha vuelto a pintar el cielo. Bastante solitario me sentí, al verme vagando mi vista por las nubes de crema, que huían de la noche que se aproxima.

La música cantaba momentos hermosos que ya no existían, mientras yo buscaba los míos propios que ahora parecían tan lejanos y olvidados. Y en la espera me refugié, aunque sabiendo que sería inútil esperar por tí, era una espera desamparada, pero que por eso me servía de refugio.

El damasco se ha ido para convertirse en crema de moras, ahora a mi refugio le asota el viento y el frío. Nada sucederá, y justamente eso, era la causa de mi pesar.

Como niño de 14 años que piensa que todo lo que desea le llegará, porque a los niños les es concedido todo lo que necesitan, al menos así debería ser y eso lo saben. Así como en el primer amor, la primera gran falta a la que los padres no pueden responder, a la que el mundo es indiferente. Así también me refugié, cumpliendo con el primer acto de defensa con el que un niño reacciona…

22 o 14, cual es la diferencia, si con el damasco de todas las tardes busco el sentido sin resignarme a no poder encontrarlo, y luego me refugio otra vez, pero como si fuera la primera.

El mundo ni siquiera enlentece su paso para esperarme, sigue indiferente, me mira de reojo hacia un lado y luego vuelve la mirada al reloj, olvidándose de mi y reduciendo mis sentimientos a cenizas sin percatarse de ello.

A veces pienso que es mucho mejor dejar el refugio y correr a perseguir al mundo, de hecho generalmente lo hago. Pero, a veces, cuando el damasco pinta el cielo, y cuando la esperanza de tí toma fuerza, solo por un momento, me retiro a mi refugio, exhausto...

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