La mañana siempre me ha recordado el yogurt de piña. Las mañanas de los viernes más que las otras, a las 10 am, un poco antes, cuando el cielo esta de color celeste muy claro.
El aroma del aire también es de piña. Me recuerda que todo el día esta por delante, que mis sueños se pueden hacer realidad hoy; que si no lo fueron ayer ni antes, puede ser hoy.
Con mi taza de café a un lado, sentado en el escritorio, miro de reojo por la puerta abierta hacia el living. No hay nadie. Curiosamente mi vista queda fija en la muralla, en las débiles sombras de la cortina que se mueve con el viento de la mañana. El lugar rebosa de piña, de viernes y de celeste, acompañado de un esquisito viento helado.
No importaba el tiempo, mis pensamientos sólo iban con un rumbo... Aquel viernes en la mañana, mis pensamientos iban para no volver, se despedían con celestes pañuelos.
¿Te volveré a ver algún día?
Tengo una mañana de viernes aquí, que no se si es tuya o mía. Unos cuantos pensamientos que se han marchado y dejado sus pañuelos en el viento, acariciando todo a su paso.
¿Te veré mañana?
Los sábados son blancos y de chirimoya. Quizá mañana sí ocurra, quizá mañana sí.


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