
Hace un rato salí a fumar un cigarro afuera y tuve una seria conversación con la Luna y todas las estrellas estaban de testigo. Todo empezó con mi anhelo de ver alguna estrella fugaz que me concediera un deseo, sin embargo de pronto la Luna me interrumpió. Ella me preguntó qué estaba haciendo, y frente a todas las estrellas me sentí avergonzado de no poder ofrecer una respuesta coherente. Esta noche no habrá ninguna estrella fugaz para ti, Daniel – me dijo – sabes perfectamente que con los deseos no se juega.
Después de un rato comprendí lo que me había querido decir la Luna. Aquel deseo que tenía era inútil, vacío. Estaba de pie ante una muralla tan firme que ninguna estrella podría romper, estaba de pie ante un NO que yo no podía deshacer y que por tanto, nada más podría hacerlo.
Fue entonces cuando entendí que la solución no era la batalla sino la tregua. Había estado en guerra conmigo mismo desde hace ya un par de meses y ya estoy cansado. Volví a sentarme en el trono de mi alma con la frente en alto y descansando por fin. Las partes de mí que habían estado en disputa se calmaron y ahora están en tregua, unidas otra vez como antes.
En ese momento mis papás salieron al patio. Apagué el cigarro y emprendí el camino de regreso a la casa. Giré mi cuerpo sin mover los pies para echarle una mirada de despedida a la Luna, y aprovechar de preguntarle con los ojos, si este realmente era el final. Ella me miró con cara de ternura y todas las estrellas la acompañaban.
Yo había capitulado y ahora regresaba en paz lunar.
Después de un rato comprendí lo que me había querido decir la Luna. Aquel deseo que tenía era inútil, vacío. Estaba de pie ante una muralla tan firme que ninguna estrella podría romper, estaba de pie ante un NO que yo no podía deshacer y que por tanto, nada más podría hacerlo.
Fue entonces cuando entendí que la solución no era la batalla sino la tregua. Había estado en guerra conmigo mismo desde hace ya un par de meses y ya estoy cansado. Volví a sentarme en el trono de mi alma con la frente en alto y descansando por fin. Las partes de mí que habían estado en disputa se calmaron y ahora están en tregua, unidas otra vez como antes.
En ese momento mis papás salieron al patio. Apagué el cigarro y emprendí el camino de regreso a la casa. Giré mi cuerpo sin mover los pies para echarle una mirada de despedida a la Luna, y aprovechar de preguntarle con los ojos, si este realmente era el final. Ella me miró con cara de ternura y todas las estrellas la acompañaban.
Yo había capitulado y ahora regresaba en paz lunar.


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