
Ella ponía una torreja de queso en el plato de porcelana. Sus manos delicadas tenían tristes movimientos, preocupados del más mínimo detalle, que el queso armara la figura perfecta en el plato blanco, dejando los bordes de este y su diseño de hojas plateadas casi invisibles a la vista. Lentamente, muy lentamente, cortó otra torreja y la puso sobre la anterior.
Llevó el plato a la mesa y tomó su lugar.
Se sentó y aguardó un momento de cortesía antes de beber un poco de té, también por cortesía. Luego sus manos cortaron un trozo de pan, muy cuidadosamente para no romperlo. Tomó un trozo de queso, mientras veía el resto de los alimentos presentados en la mesa. Había de todo. Al lado del queso estaba un platillo con mermelada de frambuesas, también mantequilla y jamón. Había paltas verdes, huevos preparados de una manera exquisita, manjar fresco. Había también ensaladas de variados tipos, carnes rojas, pollo y pescado. Todo puesto cuidadosamente en la mesa.
Ella tomó una torreja de queso y lo cortó en trozos pequeños. Comió de ellos.
Luego sus manos se quedaron a un lado, como esperando a los demás invitados a comer algo, por cortesía.
No había nadie más, ella estaba sola.
Delicadamente, esperó.


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