viernes, 19 de diciembre de 2008

La partida.

Entró en mi pieza y se sentó en mi cama. Abrazó al peluche que tengo ahí, como abrazándome a mí, abrazando como extrañando a lo que aun no se ha ido.

Hubo silencio, por largo rato. No había mucho que decir. Nos acompañábamos en cómplice silencio, que era nuestra comunicación perfecta en ese momento. Cuando llegó la hora me puse de pié, al momento en que ella también lo hizo. Sus lágrimas cayeron incontenibles, también un “te voy a echar de menos”, “has sido muy importante para mí”, “no me olvides nunca” fueron expresados ya sin consuelo alguno. Luego mis lágrimas cayeron con una tristeza de esas a las que uno no se opone, que te liberan luego de entregarte por completo a ellas.

Luego me pidió que saliera tal y como salía todos los días, que no vaya a ser esta la última vez que salga de “nuestra casa”. Pero ambos sabíamos que sí lo era. La había visto llorar muchas veces, pero esta vez era diferente. Su llanto de ahora era por algo que no podía evitar ni cambiar, que era necesario pero muy doloroso.

En la calle, sumido en la más profunda tristeza lloré camino a tomar el bus. Caminé por calles que no eran las que debía tomar, sólo caminaba.


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Ciertamente lamento recordarlo tanto, cuando quizá no se acuerde nunca de mí.

A veces me pregunto qué estará sintiendo en este preciso momento, donde estará, que cosas estará diciendo. Si estará sonriendo o pensando. Si hay alguna pena en su corazón, o quizá una alegría. Cómo la sentirá, será feliz o no. Alguna vez se habrá acordado de mí?.

Qué sentido tiene una lágrima si luego de caer las cosas siguen iguales. Las estrellas siguen ahí, indiferentes. Qué sentido tiene si no habrá consuelo…


¡El destino sí se equivoca! ¡Sólo que al final le hallamos sentido a lo que sea!

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